abril 19, 2006

Medias veladas rotas

Hace algunos días soñé con un viejo amor que no veo hace como 3 años porque vive en París; soñé que yo era una bailarina del Moulin Rouge, y como vi que los ojos le brillaban mucho cuando me miraba, supongo que estaba perdidamente enamorado de mí. Además me reglaba un par de medias veladas negras que estaban rotas (!!!), y en una noche de verano me llevaba a pasear en una carroza negra y roja por una calle empedrada y llena de gente. No recuerdo haber conversado con él, sólo recuerdo que andábamos juntos y que yo estaba con mi vestido rojo de bailarina metida en la carroza. Y recuerdo claramente que ya no me producía nada, ni siquiera me daban ganas de recordar todos los momentos que compartimos juntos, no sentía nada. Fin del sueño. Sueño vacío.

El lío del sueño es que me pone a pensar en uno de los temas que pasan a diario por mi cabeza, y que en momentos llegan a aturdirme un poco: las relaciones de pareja. Y es un tema que me inquieta profundamente porque no las he logrado entender, no sé en qué consiste la necesidad de estar con otra persona al lado, no entiendo por qué afecta el sueño, por qué genera desconcentración en el trabajo, por qué produce dolor de estómago y de cabeza… y lo peor de todo, es que no entiendo por qué uno se siente mal cuando es el único en su círculo más cercano que está solo. Y por eso no sé si algún sentimiento de los que haya tenido hasta ahora se asemeja al amor (de pareja).

Ahora bien, aunque con el personaje de este sueño todo terminó hace varios años, debo decir que aunque lo quise con toda mi alma, no creo que él me haya querido de la misma manera. Suele suceder.

Eso me hace recordar que en Rosario Tijeras (el libro), uno de los personajes decía que el amor es como una fila india: uno se enamora del de adelante, de uno se enamora el de atrás, hay uno que no quiere a nadie, y hay uno al que no quiere nadie. Así, si uno cuenta con la suerte de no ser ni la cabeza ni la cola de la fila, por lo general se enamora del que le da la espalda, y le da la espalda al que se enamora de uno. Por eso rara vez el amor es correspondido, rara vez el de adelante se voltea a dar (y darse) un chance.

En ese sentido, creo que esa discusión que se genera en torno a la “facilidad” de la gente – particularmente las mujeres – es vacía pues en últimas todos, tanto hombres como mujeres, hemos sido, somos y seremos fáciles. Vale aclarar que por “facilidad” me refiero específicamente a la capacidad que tienen algunas personas para llegar a tener contacto físico íntimo con alguien sin importar que lleven 2 horas (o menos) de haberse conocido.

Para explicar el fenómeno creo que existen 2 posibilidades: a) al cuestionado sólo le importa pasar un buen rato sin importar quién sea su cómplice; b) el cuestionado está interesado realmente, o quiere al cómplice. Y personalmente, creo que aunque el porcentaje de la primera posibilidad es alto, el porcentaje de la segunda puede llegar a ser mayor.

¿Por qué? Creo que entre muchas razones, esto se debe principalmente a que pensamos que entre más complacientes seamos con aquel que nos gusta o que queremos, más cerca lo vamos a tener; que si le damos aquello que no consigue tan fácil en otros, lo vamos a tener al lado; que necesitamos demostrarle abiertamente que nos interesa y que tenemos cosas en común para compartir, aunque la única manera sea haciendo lo que a él (en mi caso) le gusta, escuchando la música que a él le gusta, yendo a los sitios que él va, leyendo los libros que él lee (si lee)… En últimas, dándole gusto en todo. Y aunque me duela reconocerlo, sí, he sido fácil porque he querido o he estado interesada en mi cómplice. Y aunque no sea un consuelo, estoy segura de no ser la única, pues me atrevo a afirmar sin temor a equivocarme que todos hemos estado en esa situación aunque el término “fácil” pueda no ser agradable.

Y aunque a todos nos gusta que nos den gusto, cuando a uno le dan gusto en todo lo cansan, se pierde el interés, cuando las cosas son tan fáciles uno no se esfuerza en conseguirlas y por ende, no resultan tan atractivas. Esa es la otra cara de la moneda: todos también hemos sido quien da la espalda. Seguro ha habido algún admirador (en mi caso) al que se ha hecho sufrir, seguro alguno habrá insultado a mi mamá y habrá cuestionado mi nacimiento, seguro ha habido quien haya pensado en mí todo un día y yo ni siquiera me sepa su nombre. A ése le di (o le doy) la espalda, de ese no sé nada y seguro de mí sabe mucho, ese seguramente ha intentado hacerme sentir bien y yo no me he dado cuenta.

Volviendo al sueño, creo que cuando mi personaje se volteó a mirarme era yo la que estaba dándole la espalda. Y probablemente las medias veladas rotas representaban los años que estuve detrás esperando a que algo positivo sucediera y lo único que tenía eran decepciones. Y suele suceder también. Cuando nos damos cuenta de todo lo que había a nuestra disposición, de todas las oportunidades, de todos los momentos bonitos que pudimos tener, de todo lo que alguien estuvo dispuesto a darnos, ya no están más ahí pues el interesado se ha ido. Se cansó de no poder dar todo lo que estuvo dispuesto a dar, se cansó de esperar una oportunidad.

En conclusión, creo que todos hemos estado de ambas caras de la moneda aunque haya alguno por ahí que diga que es feo, que no levanta, que nadie lo quiere, que es el último de la fila. Ese seguramente ha dado la espalda y no se ha volteado a ver quién está detrás.

Por eso, creo que las relaciones de pareja (o el amor) son un negocio: uno da para recibir, entre más recibe menos da, y entre más da menos recibe. Eso es cuando se logra recibir algo porque la oferta ha llamado la atención, pues de lo contrario, el interesado sigue invirtiendo sin obtener ganancia y sin saber si algún día la va a obtener.

Escucho ofertas.

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