Sí, debo confesar que aunque de niña no los tuve (creo), hoy a mis 25 los tengo, y es la primera vez que reconozco en público su existencia. No lo hago para parecer divertida como lo hace alguien que conozco, sino lo hago para que por fin ellos tengan el reconocimiento que se merecen. También tengo amigos de carne y hueso –afortunadamente-, no sé cuántos, pero tengo de esos que se hacen en el colegio, en la universidad, los amigos de mis amigos que se han convertido en mis amigos, otros que se le van atravesando a uno en el camino, y los que uno no ha visto nunca pero se hacen por la interné.
Sin embargo, hoy quiero escribir únicamente sobre mis amigos imaginarios. Ellos son como yo quiero que sean, hacen lo que yo quiero que hagan, pelean conmigo aunque yo siempre les gano, se ríen de mis chistes bobos, me quieren a pesar de controlar sus ‘vidas’. No obstante, ellos tienen una gran ventaja pues son con quienes comparto mis sueños estando despierta: sueños de viajes a lugares a los que no he ido, sueños de gente que no he conocido, sueños de situaciones que no he vivido, sueños de amores que no he tenido… y entiéndase por sueño no sólo mis deseos en la vida, sino la puesta en escena – mas no la realización, aún – de los mismos.
Lo triste del asunto es que como son muchos, y por lo general varían dependiendo de la situación, no les tengo nombre ni rostro definido. Son presencias ausentes. Son cómplices. Sólo hay uno constante, y es un hombre del que me enamoré y que se enamoró de mí, en un lugar al que quiero ir y en el que me quedé a vivir. Sin embargo, lamentablemente tampoco tiene nombre ni rostro.
Y lo divertido del asunto es que a veces me sorprendo hablándoles en voz baja, no vaya a ser que me contesten. Les cuento lo que me pasa cuando me veo con Él, me desahogo cuando alguien me saca la piedra, les lloro cuando estoy triste, les peleo cuando algo me indigna, les hablo mal de los que me caen mal, les cuento cosas de mí que nadie sabe y – espero – nadie sabrá. Ahí está el punto: ellos saben cosas de mí que no todo el mundo sabe y que no contaré a los cuatro vientos. Por eso los necesito, porque son un medio de catarsis.
Pero, ¿es malo tener amigos imaginarios? ¿es malo tenerlos cuando uno tiene 25 y se supone cuerdo? ¿es síntoma de locura o trastorno mental? No tengo idea, pero a mí me gusta y me sirve, y espero que si algún lector desprevenido también los tiene, me cuente para no sentirme medio loca. Asimismo, espero que mis amigos de carne y hueso no se indignen al descubrir que tengo ‘otros’ amigos, es sólo que con ‘ellos’ puedo compartir libremente ese pedacito de vida muy privada que existe en todos nosotros pero que rara vez se menciona, pues nadie - léase bien - NADIE es un libro abierto.
Sin embargo, hoy quiero escribir únicamente sobre mis amigos imaginarios. Ellos son como yo quiero que sean, hacen lo que yo quiero que hagan, pelean conmigo aunque yo siempre les gano, se ríen de mis chistes bobos, me quieren a pesar de controlar sus ‘vidas’. No obstante, ellos tienen una gran ventaja pues son con quienes comparto mis sueños estando despierta: sueños de viajes a lugares a los que no he ido, sueños de gente que no he conocido, sueños de situaciones que no he vivido, sueños de amores que no he tenido… y entiéndase por sueño no sólo mis deseos en la vida, sino la puesta en escena – mas no la realización, aún – de los mismos.
Lo triste del asunto es que como son muchos, y por lo general varían dependiendo de la situación, no les tengo nombre ni rostro definido. Son presencias ausentes. Son cómplices. Sólo hay uno constante, y es un hombre del que me enamoré y que se enamoró de mí, en un lugar al que quiero ir y en el que me quedé a vivir. Sin embargo, lamentablemente tampoco tiene nombre ni rostro.
Y lo divertido del asunto es que a veces me sorprendo hablándoles en voz baja, no vaya a ser que me contesten. Les cuento lo que me pasa cuando me veo con Él, me desahogo cuando alguien me saca la piedra, les lloro cuando estoy triste, les peleo cuando algo me indigna, les hablo mal de los que me caen mal, les cuento cosas de mí que nadie sabe y – espero – nadie sabrá. Ahí está el punto: ellos saben cosas de mí que no todo el mundo sabe y que no contaré a los cuatro vientos. Por eso los necesito, porque son un medio de catarsis.
Pero, ¿es malo tener amigos imaginarios? ¿es malo tenerlos cuando uno tiene 25 y se supone cuerdo? ¿es síntoma de locura o trastorno mental? No tengo idea, pero a mí me gusta y me sirve, y espero que si algún lector desprevenido también los tiene, me cuente para no sentirme medio loca. Asimismo, espero que mis amigos de carne y hueso no se indignen al descubrir que tengo ‘otros’ amigos, es sólo que con ‘ellos’ puedo compartir libremente ese pedacito de vida muy privada que existe en todos nosotros pero que rara vez se menciona, pues nadie - léase bien - NADIE es un libro abierto.
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